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viernes, 23 de diciembre de 2011

Guitarra negra.
 Luis Alberto Spinetta  





ADVERTENCIA
 Como nadie tiene conciencia del “control” de los manuscritos, y aun de existir dicha conciencia, ésta no intervendria en mi obra, sino como referencia simbólica a la licitud de la temática, propongo que se olvide cada palabra a medida que ella se lea.
L.A.S.

Parte Primera


I


Yo nacía como un pato salvaje
pero era sólo consumación de brotes.
Era eterno mi corazón
eterna mi dicha
postrero el cuerpo para criaturarme.


Yo bebía de mi propia carne
como un secuestro de las razones no dadas.
Luego bebía de las viejas comarcas
ansiando que un suelo me proyectase desde la luz
como a un molino sensible
y el cielo me iluminaba
y yo ignoraba a los profetas.


Después me acomodaba en los látigos de la arena
detestando la sed infinita
obligándome dulcemente a echar del olvido al desierto
haciéndome fotos como ángel
como trueno
como especie inaudible de ritual corpóreo.


Y el silbido de mi viento interno,
eterno viento dentro de las uvas de las almas,
se consagró en los subsuelos del templo pagano
para perdurar en el antagonismo.
Ya que mis ramas carecen de rezos
con los que al flotar se lea el horizonte.





II


Estoy en una playa
en la que los vientos hablan a mis oídos
en la que la arena se humedece como una mejilla
y las botellas le han sido incrustadas.


Estoy tan amigablemente solo
mirando la orilla que va cambiando,
que escucho varias voces internas
y no sé cuál es la que me habla.


Es un momento para pensar en Dios
(comprender que somos parte de una
totalidad que nos contiene).


Es la hora en la que toda luz se desespera por brillar
y toda mi sombra se estremece al sentirse sabida,





VOZ DE DIOS


Oigo su gemido de papiro
de suceso que dice
de inabarcable reposo,
de pensamiento.


Y le oigo desde aquí,
desde donde sólo soy su desierto.
Oigole desde el desierto de su alma,
desde la soledad del silencio
y desde las voces de la mía.


Es una flor transparente
murmurada por sus pétalos
y vociferada por su tallo.
Sencilla es su mirada que retorna.
Todos sus colores son la luz que se ahuyenta
y su forma que se corroe.


Mas óigole decir innumerables veces:
“Yo soy de otro reino
venid a mí
venid a mí”.





III


La orquídea ha muerto
con su mano desierta e inquieta
que la ha estrangulado.


Un músico dormido
inclina su fatigada cabeza
pereciendo entre la neblina del teatro.


¡Este cuadro me asombra más que mi espejo
cuando oigo el roer de los monstruos que viran a mi cráneo!





IV


Los Puentes de mi conciencia
están desplegados de sus extremos
y flotan en el aire tibio
como cosas dispersas.


Unas tremendas manos vacías
sobresaltan mi soledad
haciéndola aún más inexistente
pronunciando a tientas
las sucesivas muertes de mi alma,
mi alma de jarrón.


Hoy veo sólo la espuma
sobre la que retozan
los enternecidos desechos de mi esqueleto.





V


Pido disculpas
a los días de Pascua
por haberme roto la boca
con el humo de la adormidera.


Pido disculpas
a la gloriosa peluca
por haberla pisado
con mi aplanadora de estiércol.


Pido disculpas
a la muerte
por haberme reído
mientras transcurría.


Pido disculpas
al enano
por haberle vomitado un calibre.


Pido disculpas
al blanco asiento
por haberle escrito
mi nombre con sangre.


Pido disculpas al ratero
por haberle robado
la joya robada
y haberla arrojado a su cráneo.


Pido disculpas
por haberme borrado
de la foto a pinchar,


Pero no pido disculpas
por la alegría que tuve
sin saber por qué.





VI


Ignoro quién era ayer yo mismo.
Quién se atrevió a venir en mí.
Pero sé quién soy ahora.
Y soy un corazón
una boca
y un espíritu.





VII


Voy a escribir un cántico
en el que la luz se funda
en el que el desierto llore
y los cielos se ondulen.


Voy a pronunciar la palabra.
Escribiré la carta para mis amigos
el grito para mis sombras
la primera raída y la última.


Encontraré tu corazón del otro lado
en el punto donde todo se junte
pues recogeré tu poema
y descansaré tu cuerpo.


Voy a buscar a la muerte para nacerla.
Alejaré de mi propia vaguedad el vórtice.
Voy a cantar a la luna rosa
Haré un verso
Prometerá mi calma.





VIII


Disculpadme
trastos y martillos
por apretaros
y conmocionaros.


Esperadme sílabas
que de tanto pronunciar
os borro.


Ved en mi al sin igual terco
resucitando su diferencia demonio.
Y al patinador,
cómico deudo,
esqueleto incierto
de un cuerpo sin brillo.





Parte Segunda





LA MUJER


Una mujer
desde otra tarde,
salpicada por un profundo espejo.


Tirada en el abismo
con sus menstruos carmín
depositados en el limo natural
con la precisión de besos.


Una damisela realmente celeste.
Vestidos de espuma dilatados,
corsés rosa,
adornos y teñidos.


Una mujer con collares
con ojos manuscritos
con pezones labiales y suaves
con sombreros de pétalos tan claros.


Una mujer dada a su propio mundo,
mundo que la deglute
y que te da los rayos.
Le da canastos con frutas e hijos,
miembros que la deshacen
y la vuelven a hacer nacer.
Barriletes en azoteas,
ligustros blancos.


Una mujer transportada es un misterio.
Donde rozan sus pies dialogan flores
y aparecen sangres.





EL MUSICO


Acongojado llora
con sus débiles dedos
la furia y el odio
y el lodo
que fue su origen.


Las cuerdas de su instrumento
como míseros revólveres
o quizá tendones de un dios ebrio,
cantan.
Y es sólo penumbras
el despertar de su hora tardía.
Y es sólo tiniebla
el entornar pequeño de sus ojos.


El músico está allí
donde el dolor no puede confundirse
con los ecos del demonio.


El músico es por fin
la tenebrosa ansiedad
de no volverse loco por el tiempo.
La vida que no recuerda nada,
el antiguo reloj en el que cayeron las lluvias.


Su soplido, fresco rechinar del abismo, cae
Y su cuerpo de quimera y cárceles
va ensordeciéndose del cielo,
y quejándose de la soledad
que pudo por lo menos haber sido incomprensible


Y así se materializan
los pensamientos del músico
como cruces que se encuentran
acostadas en el vientre.


Y locas las guirnaldas del verano
entreabren su pudor
y se escucha el sonido.





LOS LOCOS


Los locos corren
por el pasto sin gritos
por la pradera venenosa
y por la piel, entre la luna.


Y los locos giran
sin temor al mareo.
De la casa al árbol,
de la ayuda al horror.


Cuando uno de los locos hable,
los cuerdos, retozando en la penumbra,
oirán el ruido
y verán las verdades.


Los locos que parecen aprisionados
por la muerte selecta del escándalo
tienen pechos rugosos
y bordeados de lumbre.
Y los locos lo saben.


Desde su atónito lenguaje,
por intersticios de meninges espectaculares,
los locos se precipitan
a paralizar el mundo de la muerte.
Aunque más no sea,
para sentarse a llorar.


No hay soles en sus días
Y en sus noches
sobreviven los colores de un ojo que no los ha deseado.


Por eso,
y porque la ventosa de fuego
rebalsa de temor
ante la fantasía de los sanos;
el obturador de los locos está presto
como una lanza.
Y al perforarnos de una vez
con una cprtera puntada entre la vida y el cielo…





EN LA FERIA


Ternible multitud
hombres avanzando
espacios muertos.
La delicia implacable
atrayendo cuerpos contagiosos.


Sobornados para no protestar
se reducen unos a otros
en la indescifrable grieta.


Pétalos serenos
agitan su temblor aguafuerte,
respirados por ciénagas.
Respirados ellos:
¿Por qué tiemblan?


La curva colosal
de un ave rápida
y el silencio todavía más vivo
estallarán al amanecer.


*   *   *


La curva tarrena
es una esfinge
corrida en el oasis
por la lengua sedienta
que nunca intentó perdurar.


Parlanchines los cometas y el gentío.
Toboganes oidores del desecho.
Por eso, en la feria,
mediocre, el insulto es primero.





ZAGUAN


Pasan los euclidianos
satisfechos de su mérito.
Pasan los atormentados platónicos.
Los adormilados y hasta los imbéciles.


Todos consumen sombra y contornos.
Los veo partirse desde mi boca fresca.
Luego, uno de ellos tira del hilo y dice:


- ¡Pasan tiempos irreales!





EN El BAILE


Una centena de sapos
bailan alegremente.
El sol ilumina sus cráneos
tan parecidos a los nuestros
y sus uñas
tan enormemente crecidas
como las uñas de un hombre.


Una muchedumbre de piojos
ejecuta una danza
y crece la temperatura de sus corazones
tan apropiados para los agujeros
que nos sobran,
y sus risas se elevan desde el balde.


Al abrir la puerta de la casa
cesan los zumbidos y los gritos.
Entonces se ve cómo la sirvienta barre
y acomoda las alfombras
mientras la melodía que musita el jardín
retumba entre los pliegues de la rumorosa corona.





PAISAJE


La carne nieva
vestida de perla
y los rostros se cubren de gases.


Las platas adornan.
El cuero gime.
La voz se quema en el patio
de las benedictinas.


El suelo baila.
La paz es hueca.
Dentro de su humo
se gesta un diablo sereno.


La fruta cuelga.
Los trozos del cielo
vuelan por el aire.
La piel se esparce
luciendo su hueso.
Y en los aljibes de la lirnosna
un gato masca las grises monedas
y el enterrador husmea
la ventana de tierra.


La calle resbala
desde la montaña
y el enjambre del verde
descubre su panza.


La paz es hueca
la paz es falsa.
Dentro de su humo
se engendra un diablo

se carcome el topo
se infarta el pájaro.





POBLACION


Van a venir a golpear
al torpe herrero
por haber devorado a su perro
tras la fonda del paredón blanco.


Irán a encontrarse
dos amantes innatos
que no se aman
pero conocen los lugares estériles
donde precipitar.


Detendrán a los viajeros
unos pregoneros borrachos
y los desnudarán
y les robarán las joyas.


Los chicos van a venir
a celebrar en las tumbas
con sus cumpleaños de gasa
sus gorros burlados
sus pasos de nieve.


Se juntarán las tristes hormigas
alrededor del charco de la leche caída
sobre el trozo de carne olvidado.


Carninará el sacerdote sediento
los faldones de tierra
que separan las verjas
de la iglesia sombría
a la que ya nadie acude.


El lobo aullará
despertando a la gente
y sólo será su quejido
motivo de vigilia y espera.


Vendrán a quitarle los rostros
a la falsa abuela
y a la atónita bruja amnésica.





LAS HORDAS SOBRE ITALIA


Está hurneante el volcán
sereno terror de lo rojo.
Los rumores escuchados por doquier
disimulan apenas al hombre,
allá lejos,
así confiado a su agonía
por el Imperio del Retorno.


Se alza en lo alto esa brisa hirviente
que destruye las cabezas de los pájaros
en un rondar de muerte.
La noche de las hogueras
reclama soldados y difuntos.


Algunos niños han quedado dormidos
entre los senos de sus madres perdidas.
La pira estimula a los perros.
La lúes envenena e¡ agua y el vino.


Las trompetas de toda una vida
han quedado maniatadas atrozmente a sus sones,
como recortes unidos a un tallo burilado.
Las letrinas ahogadas
escogen el bazar para la compra del sol.


¡Qué eternidad!
¡Qué canción diabólica¡
¡La vastedad del silencio sería el rasguño!
¡La hecatombe sería peor!





SOCIETY


Sólo el turbio mote
del alma acorralada y absurda
diluyendo su semen
entre las carnes débiles del barro.


Los árboles corrompidos
que angostan la luz de la ventana.
La carta quemada en el hogar del hielo.


Más allá la Población épica
La que luce los colores de la guerra
La bastarda peregrinación
La imagineria humana.


Y alojados y embebidos en la triste comedia
Placeres Pagados en oro
Horas de cocktails
Deseos de asesinar en el aburrimiento.








No hay fe en un cielo de crepúsculos cerrados
Ni hay sombras en un espacio de la forma primera.








Parte Tercera





I


El peregrinaje
desata el espiritu
en el camino virtual
y lo esparce al aire
y cuestiona el lenguaje
de las cortas estadías.





II


Volvió trayendo sigilo y paz
un predicador.
Vi a su cofrade parado, regulador de enigmas.
Vi promontorios sublimes y atómicos
divisiones en el aire mismo
provenientes del sol.


Del centro de esa descripción cónica
se desprenden abismos que son repartidos.
Y el ojo del mago nunca ejecuta la vista.
El vacío no se ve, está en todo el vacio del mundo.


En esas leyendas, el predicador invita
a las madres a dejar de representar el sudor de su dios ponedor.


Y es inútil persuadirle
de que no hay tal intención
entre los hijos del mundo
que son los venenos de esa excreción.





III


A Grigori Iefimovich Rasputín


Una desesperada mueca ha encontrado el teatrero
En el fondo estaba olvidada
Aun sin estar oculta
Oscura apenas en el poro de un armiño de la casa.


- ¡Ea!, ¿qué saben ustecles?-
espeta indolente
recurriendo a la tosca pena del encubrimiento.
Y en su fina boca,
alborotado cerebro prominador,
se dibuja un ancho secreto.


Luego se va.
Ha cerrado nuestra puerta sin conocerle las manos.
Ha posado su duda y ha vuelto a sumergirse.
Es tan blanco en el polvo
como en la nieve sangrienta.


25 de enero/76





IV


Tomen del cuerpo del que corría
su viento
en el que se han trasladado sus exequias.


Inunden su alma
con la energía de toda finitud.


Pero aquel cuerpo huido,
tan sólo esos perfectos conclaves de la carne
trasladáronse al pie del Juez Supremo.


Veredicto:
Cuerpo móvil,
continuidad naciente.





V


Aquel cuerpo infantil e hirsuto
delimitado apenas por la detonación del espacio
está incrustado corno un ámbar
en el aparente cráneo del cristal del tiempo.


Y el cristal remuévese en su fluido
como pasos en la sombra.


Pero aquel inmutable ser propulsado,
aquella fascinada proyección,
escapada de la placidez de la muerte,
se ha conducido hacia la nada.


(Nada, ¿dónde estás tú en medio de esta nada?)
y de la nada se sugirió su impulso
que incumbía a todo lo inexistente.


Y desde ese rnismo estado inatómico
escapó como girniendo por el desahogo
como estirándose
todo lo inf initarnente misterioso
de nuestra respiración.





Parte Cuarta





I


Ocurre en todos los casos
en que participa la ridiculez
que se sustrae el símbolo de la idea
y queda la cosa,
pequeña cosa,
aislada sin esperanza y sin mensaje.


Ocurre en todos los casos
en que participa el ignoto
que se sueña con la psicología de un proceder
-idea estéril, acto condicionado-
sin poder evitar la deformación.


Ocurre en todos los casos
en que participa la verdad,
que se transforma todo sentido aparente,
espejo falso,
en lugares ciertos entre la nada y el infinito.





LAS MUELAS


Dieciséis muelas
adosadas
a una boca estanque.
Las llamaradas
dejaron un lugar salvaje
para morir con la lengua.


El puente de este destino de papila
es salir a contenerlo todo
como a un sorbo.


Pero no sólo se han condenado a sí mismos
los buitres de las bocas
(a veces mueren también hojuelas
que descansaban fuera de la planta).


Yo, conmovido,
vuelvo entonces a mi retina.
Veo dieciséis muelas
abandonadas allí por la ridiculez.





II


La cara pequeña
de otras ilusiones
y otros secretos
se cubre tímidamente
asumida en un cuerpo
arrebatado de luz.


Los cofres dorados
y sin magnitud
ejecutan el formato
de otro mundo indiferente a todo reflejo.


Y la herrumbre de los días
es un color que vivió en las formas,
en un error de no haber sido la propia cosa.





LA REINA


Los cabellos de la reina
asumidos a su cabeza.
Los dedales que de sus uñas hacen puntas.


El vestido dorado
sobre la piel escarlata y la corona verde de huesos y musgo.


El mal humor de la reina
cuando despertó al día
para mostrarle las marcas de la alcoba
en la que el rey la toma,


El rey no usa peto.
La reina y su pañuelo son celestes
como el principio de la noche.
Por la espesura del campo
las liebres corren hacia el sol.
Las espigas aparecen más allá de estos campos
que son su dominio,
el pobre dominio de la reina de las trenzas,
la tristeza.
El oro.





III


Disueltos los fieros
en los cobardes,
suenan a ya devorados
los ecos y las voces de las escuadras de carne.
Por estas márgenes
no hay ya más río.


Evaporo los trozos
de la porfiada línea
que el sol puede o no dibujar
sobre las formas.


Para ello y sólo entonces
acontecen los tallos.





HOMBRE DE LA TEZ ILUSORIA


Posaré la hermosa y serena cabeza en mi almohada
Desde allí verá una imagen
Un círculo con mi venturosa cabeza.


Mis manos dormidas habrán mentido
Habrán tocado la máscara de su suave cráneo
Y habrán sentido la melodía
Y habrán de creerlas un sombrero y un pájaro.


¡Las mañanas que toque se partirán en mí!…
Las lágrimas que venderé por ahí por sus almas
se reunirán en el alimento de otros seres con sed.
Y la columna de aire del idilio de los árboles
morirá con su prosa de hombre cansado de clamar.
Hombre de la tez ilusoria,
exhausto ya de clamar a través de sus ramas.


. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .


Yo sueño con el eterno trigal,
ese júbilo del orfebre,
y tengo un niño y un tallo seguidos a mi risa,
risa que se díluye hacia los cuatro puntos cardinales
mientras se acercan otros seres en derredor de esta
espiga distante
(yo sueño que dormitan las pasiones de un Rubens
entre pálidos labios de mujeres heridas).


¡La disfrazada falla de los sonetistas!
¡La maléfica servidumbre de los victorianosl


Otros artistas pivoteados por posesiones,
Trotadores que irán cayendo tras aquéllos
junto a sus sonidos poseídos antes.


¡La rivalidad de mi corazón se daña conmigo!





IV


Ultimamente he ingerido demasiados demonios
he practicado por los alambres,
alambres que quemaban mi corazón
y ungúentaban mi conciencia
Conciencia dormida o muerta
me da lo mismo.


Pero no sufro
ya que todo retorna
y los cuentos de oro
habrán de convertirse en realidades de un día.
Volveré a mi y la demencia retornará al antiguo sentido
de las charlas alrededor del fuego
entre las gárgolas del templo.


La luz está muda, ahora,
cuando resuena sin estrellas.
Y el campo se vuelve un papel orgánico
para desmenuzar la pequeña historia
del miedo a lo inmenso.





DESACELERACION


I


Toma tus terráqueas y ásperas sogas
y despréndete humildemente de tu trono.


Los arbustos que temblaban en la colina
se han cansado de palmotear.
Es insólita tu alma.
Tantas cosas de pie
elegidas de entre millones,
saturadas por vivir aquí.


Tantos cometas inconmensurables
Surcados de cielo (cielo, donde tú habitas).


Y los hombres, tú y yo,
un conjunto en lo absurdo.
En lo que el sentimiento de una magia
se une a la forma
alejada de toda indigencia sin vida,
comenzada a ser hacia el futuro.
Futuro que tarda en abrir sus ojos
que tarda en ansiar su trópico
que nos da de comer hasta la muerte.


II


Pero la atrofiada mandíbula…
Estamos atrofiados por demás.
Aun si no tuviéramos bocas
estaríamos comiendo carne apenas con los párpados.


III


Por la orilla secreta
Ovillan las sentencias
Rebalsa la magia
Ruedan las calles.


IV


Lo importante es que escriba cómodamente:
“Repite con la persona que amas
que eres responsable del destino”.
Brama en la penumbra de tus días.
Consigue exhalar la muerte, deslizándote,
Derroca al líder de tu maldad y ahórcalo.


V


Cántate una canción reivindicatoria
mata al hijo de los dioses
conecta tu máquina de¡ tiempo.


VI


¿Consigue aquel disfraz parodiarte más que tú mismo,
en tu carcomida vislumbre?
¿Ves naoer algo o crees que sólo hay muerte?
¡Vamos!
Rodéate de tus espejos
y cuando entumecido,
cuando despreciado por tanto abuso
y tan descarada mentira,
intentes absolverte con una ráfaga de emoción,
verás que tu corazón se pudre
irremediablemente seleccionado para caer.
Entretanto se enceguecerá la imagen de tu alrededor
quemado ya por la última farsa.


VII


Así comenzó tu propia maldición,
En tantos años de vigilia,
a través de una locura de largo tiempo,
a la que escondiste vanamente
entre tus mártires.


Y tu cara comenzó a rasparse
contra la calavera,
tiñéndose de la humedad típica de la muerte.
Y manos desconocidas
cavaron una desolada porción de tu tumba
para ser completada con unas tristes violetas.


VIII


Pensé
que habías salido de viaje
acompañado de tu sombra,
silbando,
hablando con el ti mismo.
Por atrás de una llovizna,





EL MISERABLE


Desencajados los enormes océanos de tu plegaria a nadie,
discreta palabra,
saludo al éxodo de la virtud.


Dilapidados los lingotes de tu estadio de crucifixiones.
Saciado el oro en su sed de manos malditas
Y arrojado a la turba el guisante de la demencia maestra
Bebido tu vino,
ya nada permanecerá en tu corazón.
Sus sentimientos y sus alegorías
se habrán marchado hacia el latir de otro reposo.


¡De entre las brasas de tu alberque
cantarás nuevamente tu canción diabólica!





V


¿Qué hermosas mañanas veré en esta ceguera?
¿Y qué plácido encuentro dará vueltas sin llegar al munclo?


Ahora no son sólo las memorias
las que arriman sus dibujos de diarios.
Están también los hálitos
El espiritu
Los antepasados.


Cuando esta cabeza sea atravesada por el sol,
la misma vida ondulante
sentirá estremecer su cráneo.
Y despierta, voceando su incertidumbre,
resbalará por los peldaflos
ausente de toda tenebrosa razón.
Perdida entre las especies de antaño.


Y entonces:
¿Qué voz de] cristal endulzará el alma?
¿Qué juego habrá?
¿Qué grito?





Parte Quinta





I


Hay una locura intensa
que necesita un cuerpo y una fulguración
y se desarrolla lentamente
en el tiempo
o en la eternidad de un tiempo.


Y hay otra locura
periódica,
de la sangre y el alma,
que es f ugaz como el sol,
que no admite desarrollo ni duración alguna en el tiempo.


Que es un llanto,
instantáneo resoplar del cuerpo,
y que sana, distante,
en un elixir que difícilmente se prueba.





OK


Antes de saber que era una piedra
Ese señor ya había desaparecido
Su señora husmeaba los lugares
con un velo de pena.


Pasaba delante de su propio marido, sin verlo
Volvía llorando
a dormir sus lutos con el verano que podía.


Como todo seguía igual
decidió mudarse.
Y se llevó solamente una valija como un juguete.


A los pocos meses
el marido sobrevino de la nada.
Y desapareció la piedra
sin haber sabido que fue un hombre.





MAS PELlGROSO QUE…


Penetraron inexplicablemente
quince monos en mi habitación.
Comencé a llorar,
a pedir auxilio.
Y mis vértebras hervían.


Uno de los monos tenía un revólver
y comenzó a disparar.
En menos de un minuto
eliminó a los otros catorce.
¡Ahí vi mi aventura!
¡Cómo se deslizaba fatalmente mi suerte!


Luego me habló de la muerte absoluta,
algo con lo que advertf que dañaba mi conciencia.
Me apuntaba mientras tanto
y le supliqué que se fuera.


Pero el mono me disparó a mí también.
Mientras moría,
vi renacer a los simios.
Recobraban la vida rápidamente
y escapaban de mi cuarto.





II


a José Orríes e Ibars


Con los roperos,
viviendo con los roperos,
aprendió a saludar
con ruido de puerta.


Le parecía insignificante su actividad en otros cuerpos,
siendo madera.
Veces hubo en que fue bisagra o picaporte.


El tiempo pasó enorme.
Lo único que no aprendió
fue a reír en esa situación,
pues los roperos no se oirían reír
entre tanta locura y tanta espera,


Al morir dejó dicho en un papel:
“Me voy de aquí a esperar
del otro lado de mi fin
una sonrisa de todo lo amorosamente imperturbable”.





III


Sólo los filos inesperados de la noche
con su eterna copa de negro aluminio,
su sonrisa gigante
sus párpados de abismo
sus sueños antiguos
su silencio, su muerte.


Sólo la paz que busco en esta noche:
¿Llegaré a verla, a verla en la luz?
Confirmaré la profecía de¡ cerebro.
Luego, un sueño mecerá mi mano en la brisa,


Sólo en la noche entornaré mis hendidos espejos.
Las clavijas deberán anunciarme las grietas,
las quebraduras.
El vacío interior.





AVE FENIX


En lo que recuerdo que era mi cara
veo sólo una inmensa hoguera.
Mis labios ya secos por el inienso bramar
y una palabra gritando en el cielo quemado.


En aquella forma perdida de la que recogí mi cuerpo
vi estremecimientos involuntarios y gestos de miembros vacíos.


Vi una eterna fila siguiendo cadáveres que se bañaban,
Oí una estrepitosa maquinaria sin silencio.


Entre mis petates encontré luego una carta mojada y deshecha.
Eran las plumas del pájaro que vuela sólo una vez.
Toqué pulmones de su hálilo,
imágenes con vísceras de su exhalación carnal y primera.


Y vientos nacarados y resquebrajados infinitas veces
ante la violencia de su nacimiento.





Parte Sexta





Traspasó la luz un germen que era indómito,
y atravesado éste,
vaciló un instante.


Luego recobró su paso en la marcha uterina.
Sintió que iba a producirse un momento de magia:
Una ovulación.





SONETO INTRAUTERINO


Desde el oráculo del vientre abierto se ve una placenta
Es una figura de mármol que adquiere movimiento
Apenas un espejo y un sol parecen los destellos del fondo.


A la vez, una melodía recorre el eco de este espacio.
La naturaleza realiza su descripción
Y nosotros emitimos la fe de nuestro secreto
Y se sabe que en un suburbio del abismo periamos nuestro ahogo.


Madre eterna, tu creación es serena.
Es la seda que el tiempo no corrompe.
Porque su alma vuela hacia la luz.
Porque su corazón se ilumina de magia.





EL ANGULO DE LA VIDA


El ángulo de la vida
es una semilla.
Las trabajosas hileras
que nos dieron años de respiración.


El secreto del árbol
consiste en proyectar la luz,
la luz de los rayos del cosmos
y las últimos fuerzas que resucitan desde el fuego del centro.


Y el atisbo del fin
es el desierto interminable
inmerso en la finitud
de la que nace el árbol.





II


Enumeramos ahora ciertas cosas:
CUERPO, CIELO, PALABRA y ACTO.


Cuerpo es el sinfín, donde experimentamos cada sensación por separado,
corno granos de arena y cada sensación en su totalidad, como arena.


Cielo es el punto al que nuestra vista identifica
más velozmente, por cubrirlo todo.


Palabra es la cara de la voz y es el sitio intermedio
entre el cuerpo y el cielo.


Acto fue el de los hombres que, al verse atrapados
en el paraíso, intentaron escapar del cielo.





III


Feliz es el día
Feliz es la noche
Feliz es el cielo
por cambiar todo el tiempo
sin moverse de sitio.





MIRADA


Los pájaros en el oriente
son mensajeros de la luz.
En la continua respiración del valle
los animales han vuelto a serenarse
en sueños
Y las brisas Pasan lentamente.


Alguna trompeta, en ese amanecer,
intentará exhalar la lejania.
Es su sonido
surcando las enigmáticas plantas del verano.


Hasta que se venza esa mirada
y vuelva a caer el manto de la noche
y se entumezca levemente la nostalgia en las sombras.





IV


Intensa luz azul
de rayos y de veranos:
¿Era triste la flor que disipaste en tu viento?
¿Frágil la libélula natural?
¿Anciana la marmita de resplandores ocultos?


Agil color que serpenteas la mente:
Debiste venir con el señuelo del sol
Y hubieras descansado junto a los hombres.





V


Una eternidad después
de la consagración de nuestras estaciones
seguirnos encerrados entre instintos.


Muero toda ternura.
Estarnos siendo arrasados
por el tiempo de la vida.


El despertar se demacra junto a las actividades del sol. Todo escarba y arroja de sí mismo las basuras de la noche o de otro amanecer súbdito. – Lejos, las escorias de la vendimia infinita continúan clamando. – Pero todo está tranquilo. – Ante esa fantasmal incongruencia de borrascarse viendo a la futilidad estremecernos, sólo ha de presentársenos como visión un enorme monasterio en el que recluirnos por siempre.








Parte Séptima





DEL PORQUE DE LAS PLAYAS


El hombre que camina y no sabe lo que busca
se ha declarado arena
y podría sentirse sol entre las algas y los ripios.
¡Loco acantilado consumido y no acostado nunca!


Porque la playa es un lugar de ciertos sueños
hacia donde emigra la cabeza del enigma
y se hace sal el universo.
Atrás quedan las gaviotas, el agujero de las nubes.
Esas aguas se conservan entre el viento.


Alguien que ha jugado y se ha dormido
ya es el cielo.
Se ha tomado de sí mismo
en un abismo mudamente coloreado de cerezas.
Nadie descubre al hombre solo que no busca lo que quiere,
pero desde adentro sabe transformar.
A veces se comporta como un último lugar.
Porque sí, desde hace mucho.


Hasta que el agua le haga dientes y riquezas
y le socave el vientre de los nidos
y los ojos casi carne del éter
y el hombre ya no esté.
Por más que se lo quiera buscar, no esté
ni como piel, ni como piedra,
o esté jugando a ser como la roca.


1969





LAPSOS


Haber descifrado la madeja
Haber inquietado estos sentimiento.
Prolongado estos lapsos
Inundado estas ideas y estas palabras
Es sólo haber pasado por un aire
Sin reflejos siquiera del código del tiempo.


Todo este espacio tu, eterno,
¿verdad, antigua poesía?
anterior lucha?
lejana canción?
silueta de los labios del último verso?…


Todo este tiempo fijaron humores,
una hilera de cadencías
una cuchillada retirada del cuerpo
una herida vaciada
un leve sueño.


Y el país entre este signo
y aquél úitimo
(el último rincón mirado,
la recóndita falencia representada)
es el país de la huella.


¡Hibridez de un territorio!
Aprisionamiento entre aquella y esta `carrie”.
Intertapíado de rumores
entre eslabones y paredes
de la única poesía.
Poesía que sangra
y al detenerse abre la frontera
y sopla los papeles vacíos.
Dice denuncias de ese absoluto dios poético
dios de la miserable porción de infinito entré estas palabras
y las que vendrán.


8 – X – 75





I


El suelo era turbulento
en esa la tierra distinta y pelicular
donde las apariciones
brotan desde el suelo, como semillas.


Propondría que eran
Antiguas repeticiones
Inseparables pseudópodos de un núcleo
Mechas
Alcaloides florales
Herrumbre
Futuro.
Así viajan las delgadas hojas de toda esta retícula nueva y
húmeda del secreto onírico de aquella imagen.
Imagen en la que sucedieron y se formaron corpúsculos móviles.
Imagen en la que hubo viajes que despertaron en la ventanilla de un tren reseco.
O viajes de pasar a través del coral del cuerpo.


El ojo del sueño que es ese temporal,
el crepúsculo del sueño (de ese ventearse) su orgasmo:
¿Es exaltado por el minúsculo movimiento del cuerpo de aquella célula?


Esa contención manifiesta una húmeda vida que se mueve,
generando así que se mueva una tenue potencia de otro
teatro inexorable, no-manifiesto, no-condescendiente ni expectante.


Es lo halital
Lo que no condena
pero tiene su verde mito.
Tiene un sentimiento
Un amor perceptible
Un límite en su propia vena.





II


Invítame a complacerte
y desearle
Desmiente las carnalidades
Subyuga por entre los ecos
todo rito de aproximación
Descárname
Pues al verte huiría


Pero si al percibirle en un más allá
supieras guiarme,
yo sería tu minúscula sonrisa
y reiría.





III


Largo
hacia el cielo
morada
desdicha joven
piedra azul


Cadenas calcáreas
Bodas del río y los peces


Más allá
los inalcanzables retornos del beso


La prodigiosa estela de tu boca
retenida apenas por el oír de su palabra
contenida por la señal
contada por la poesía.





IV


Suave
renace un aire en tus ojos
que iluminan pasos diferentes.
Los rostros enloquecidos de adentro
han comenzado un descanso
un reflejo tuyo que se insinúa perpetuo.


Hueles a nube
tus caricias irán calmándome.


El destino es loco y anciano,
No dejará de perder
una costumbre de nosotros.


Cuando las horas pasan
no habrá momento ni memoria
y reiremos saludándonos.





V


Y loca tu eterna boca maquillada de verano
extraña y rebelde
nos ha dejado su beso.


Ese almizcle nos ha hechizado
Nos ha supuesto tus hermanos
Tus congéneres
Tus tatetíes
Tus dioses.


Y por enire la dificil caricia de la obra,
como recibiendo por fin la mágica verdad,
hemos comprendido que sólo somos tu retorno.


Entonces, ven, sigamos besándonos dulcemente,
pues somos tus hijos.





TU VIDA


No llegues a mí sin pronunciar mi nombre
No te acerques sin que la lluvia te haya besado
Ni los iluminados te hayan respondido
Ni pequeños pájaros azules y verdes hayan volado sobre ti.


Abre la ventana que te acechaba,
que miraba hacia adentro
y cubría tus ojos de deseos ignotos
(La virtud asomará como una seña) en los vitrales),
y al olvidar, al volver,
serás la misma.


Entonces no te acerques sin que cure tu mal.
Y huya tu muerte.
Yo soy tu vida.
Malentiénderne.





LA MUJER INOCENTE


Las calles se hicieron espesura
cuando te aventuraste
y durante el verdor
reíste de la penumbra.


Las páginas de los libros
se arnarillentaron
cuando avanzaste
y hablaste la palabra del nuevo día.


Los cánticos se entumecieron
cuando Dios hizo sonar tus labios cual gotas.


Estas remembranzas
están impregnadas de ti
porque dormiste c
uando intenté rodearme con tu noche.





VI


Sé que tú me sientes deambular en tu conciencia
Oyes cómo retozo por la pradera
con tus manos y con las mías
superpuestas en el aire que rueda al caer tu párpado.


Ves que también hay un milagro tuyo
Se abre junto al intenso pétalo de la luna.


Tu ropaje se ha trastrocado con mi visita
y se esconde como una anémona que agoniza
sin extrañar la vida.
Vida que le damos tú y yo en este infinito descanso,
este laberinto que nos desnuda
y yergue a nuestras ansias,
luces ebrias ya del vino de su estío perpetuo.
Almas a solas en su descabellado pedido.


Pero he vuelto a la placidez de mi mano,
ese sueño que se acomoda para acariciarte.
Ya no temo que un súbito girar de su dedo ocre y deforme
haga trizas el rasgo de tu pausa,








Escorias diferenciales del alma de la letra poética





I


Los enviones de la noche alientan el mensaje de los árboles con sus uvas y de las manos precarias de la tiniebla buscando el río.


Las márgenes del río, desenvueltas junto al arrebol de otras ánimas manjares, esperan a las ranas viajeras, entornando las aguas burbujeantes que son su magia de descenso y de juncos.


En el interior ae esta alma nocturna, revelada al cielo por el color de la una que recibe, los prodigiosos peces se enamoran de una danza termal, eterna propagación de cristales internos, y antes del alba se consumará para lo eterno, todo ese brillo y toda esa calma.





II


Más allá del recoveco de lo pensado,
pensado sin referencia,
que sería inútil eco de la impresión,
una voz medular recorre las vírgenes.
Enardecida, crea el oído deshipnotizador,
medita muerta como los goznes.


Las mismas órdenes a los mismos miembros.
Columpio que no se evita jamás
y es verde.
Verde igual a un deseo.


. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .


La sorpresa que no se consume
está detenida en un paraje inexpuesto.
La sorpresa que no se representa
es un momento de ese paraje,
lanzados sus limites hacia aquí,
mientras las células de esto
rodean algo con su débil perímetro.
Y en ese enfrentamiento no hay conciencia
(si no hay sorpresas
si nada fue escogido, ya que nada ha servido para alguna conmoción),


Entonces, de todo,
del ser y el paraje
sólo quedan extremos.
Es la lejanía de nuestros propios dedos
la otra sorpresa
la otra colisión.


III


Se torna difícil escribir con la misma brutalidad con que se piensa.


Se torna raro advertir los desmanes de algún término equivocado, porque la valentía de estos signos nos va proponiendo otro idioma despierto.


Pero en la brutalidad, en esa orfandad de tersura de los pensamientos, de tanto drenar el adobe corrupto de los otros, no hay salvación posible que no contenga a la muerte, que necesariamente no reanime su sopor con una parálisis perfecta, quizás un shock elertrocutor o un despiadado estrellarse de corpulencia inacabada.


La totalitaria vergúenza de estos pensamientos locos, se desenmascara sólo para proyectarlos contra las fragmentadas evoluciones de la carcaza consciente, redimiendo esa incontenible borrasca animal con un grito, una contracción del gesto teatral de la sílaba.


Veo que la brutalidad del pensamiento es tan sólo otro pensamiento que se ejecuta con violencia y perece estampado contra su propia sombra como los objetos arrasados por la bomba de Hiroshima.


Es obvia la deducción: el pensamiento animal que proyectamos es tan selecto y vigoroso, que sólo dura el instante fugaz de una mariposa concebida al azar.


Pero en el atropellado desfiladero de la mente expuesta al sufrimiento de las miserias sociales distintas -por siempre distintas sean las miserias de vivir en la poesía, de aquellas en las que vivir en la poesía representa un complot para saciar al estórnago-, la soledad de estas barbaries mentales ejerce sobre el resto de los pensamientos una corriente de energía liberadora.


Por los agujeros que profanaron estos brutales delirios al detonar en su corta existencia, pasan centenares de delicadezas e idilios, y son estas prometidas certidumbres las que nos permiten iniciar y luego ahogar el verdadero diálogo con el universo.





IV


La boca cansada decantar por el cuerpo promete un silencio y entonces todo queda coronado lentamente y se trans forma en un corazón.


Los designios instantáneos del afuera quedan, por consentir que el silencio los absorba, anidados en el sereno adentro y esta mutación esencial del sonido traduce voces de estrados diferentes de alucinación, espectros vocales de otras ciudades despiertas, adosadas como palmas delebles a esta otra magnitud.


Llovió, y en la celebración que sigue a la lluvia, las criaturas nocturnas emiten una energía de misterio que no cesa de contagiar al viento para que agite alguna flor todavía despierta. Es inmensa la conoentración de las plantas, el increíble pensamiento de aquella raza callada bajo la lluvia; es tanta la fuerza de las ideas agrupándose para la descripción de esto, que no es posible ni el rumor de la menor de las nostalgias.


Solo el ulular del pelaje y la ropa, y el concierto de las llaves cerrando el candado, los rincones de las plantas sostenidas por puntos levenriente en éxtasis de agitación, columnas de órganos de pasos de ciempiés indescubribles, gargantas verdes de pistilos locuaces y cimbres de tallos.


Algunas hojas brillantes caen indistintamente alrededor. Ahora comprendo que el suave viento precipita la ea ída de las gotas apenas imantadas, desorientando al oído. Sensible concierto; todos esos ruidos circulares y claros disimulan, quién sabe por qué complicidad cofrádica de la noche, la presencia y los pasos de los fantasmas allí convocados.





V


Este verdadero poema
no ha sido resuelto aún,
pero quiere vivir bajo su forma
Aquí,
como sea.


Yo intento atraerlo hacia nosotros,
creo poder transmitir apenas un mote de su espiritu
y en ello dejo buena parte de mis comisuras.


Quizá con el tiempo
las estrofas y los versos se resequen
y musten desde entonces
un sórdido dibujar de su descreimiento.

martes, 25 de octubre de 2011

Amelia Biagioni

Donde más digo menos digo.
Y si porfío sin cambiar de elán o polo o centro.
enrosco ablando borro lo ya dicho.
Porque decir es un rayo y su sombra.


*********************************
Tengo una sombra siempre verde
que reconoce el filo
del nombre en la neblina.

*********************************
Cuando recibo una palabra inesperada
la retengo y vigilo sus diferentes porvenires
hasta que alguno de ellos
de pronto se recuerda se incorpora
y no hay palabra ya
sino un gran viento que me empuña.


*********************************


Mi sombra
mi pasión
mi razón
mi relámpago
me dijeron
que hay en el universo cuatro hambres.


Mis hambres
me gritaron
que el universo no se calma con gemidos
sino con actos.


Mis actos
me mostraron
que el universo es un oscuro claro andante bosque
donde todo movimiento es cacería.


*********************************


Yo soy el otro cazador.
Conexos escindidos
hemos casado según la alianza
siempre juntos:
él relatos y fieras
yo sueños sombras ecos.
Él rodeado de su fiesta drámatica
de su glorioso ruido a recios juegos
y a batallas heroicas.
Yo rodeado de orilla suya.
Él siempre ha poseido
               recreándolos célebres
mi selva
mi león
mi movimiento de coraje
mi hora de matar.
A veces me ha llevado a cazar
              por reflejo de sus cuentos
y siempre a detonar sus frases
              atravesando temas
en el duro combate
de su perfil contra el vacío.


Él ahora ha rendido su escritura.


Según el pacto
hoy salgo solo
desencadenado
en mi último safari
                                          el único


soy el dueño
del enrosacdo coto y de su ley
                                         ni miedo
                                         ni piedad    
el despojado
                                         sin jauría
el que avisa
                                         es la hora.
Mi gran trofeo doloroso
muy cerca esta
rodeándome
                                          esperándote
muy dentro
                                          yo mando
                                          cumple
                                          adiós




Apunto y le disparo entre mis dientes.






Amelia Biagioni (Gálvez, 1916-Buenos Aires, 2000), "Las cacerías", 1976, Poesía completa, Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2009.

viernes, 7 de octubre de 2011

Claudia Masin Sobre el libro "El hueso de la sombra" de JULIA MAGISTRATTI

La luz que llegó de la sombra
“Siempre somos la parte que a otro le falta”,   escribe Julia Magistratti en el primer poema de su libro
“El hueso de la sombra”. Y es toda una declaración de principios que revela no sólo la dirección de una poética,
sino, fundamentalmente, de una ética. Nada está separado de nada, parece decirnos Julia una y otra vez en sus textos.
“Lo que le sucede al planeta, nos sucede./ Lo has sentido cuando remontaste un barrilete/ o bebiste con sed en un canal del Perú", escribe.No hay tal cosa, entonces, como una experiencia individual, sino más bien una
experiencia común construida a partir de cada vida que se enlaza a otra vida y
a otra, hasta formar un tejido que a veces nos sostiene, pero cuyos agujeros y desgarraduras
nos vuelven –también- vulnerables a la caída. Dice Julia “Todo el esfuerzo humano ha sido/ siempre/ no dejar partir/en su caída/
lo que cae
”. El oficio de poeta será entonces –y lo es en este libro- como
el de la hilandera, cuando remienda lo que desprotege el cuerpo, lo que ya no
abriga, hasta transformarlo no en lo que era (hilanderas y poetas sabemos que
eso es imposible) sino en lo que puede  ser. Trabajo ligado a la esperanza y a
la reparación, pero también fundado en la pérdida, en el deterioro y en el daño.
Pero “al cabo, escribe Magistratti, ganará lo intacto”. Porque aunque lo que
fuimos antes del desencanto, de la primera desilusión no puede ser traído hasta
nosotros, devuelto, sí es posible convocarlo, mediante las palabras darle el
hálito vital que necesita para seguir existiendo como fuerza, como potencia
ciega que empuja hacia la luz. Así vuelve la infancia, piedrita olvidada y sucia
que la poesía de Julia hace brillar como un diamante en las palabras que elige
para acercarse a ella: “Las nenas sin origen/–escribe-  Imágenes que logran el milagro de hablar de aquello que no sabe ser nombrado sino vivido, porque nos ha sucedido en tiempos de los que guardamos apenas retazos, el tacto, las imágenes fragmentarias, los
se iban en vicio igual que los ligustros./ Tenían la siesta entera de los patios/Heredaban las lastimaduras/
y los cardos de los fondos”.
pies descalzos, la piel sucia y tirante por el sol, el calor, la risa. “Y yo que quisiera permanecer en un sitio
que no tuviera marcas/para dejar algo”
, dice la poeta, y lo hace: entra en
su propia infancia, en la de cada uno de los que la leemos, el único territorio
que conocimos donde no existían todavía marcas,  donde  toda  experiencia  relucía  porque  era
 por  primera  vez  que la  vivíamos,   entra –entonces- en la infancia y nombra,
dice las palabras que hacen su marca en lo pasado, y después retorna, siguiendo
las  frases que ha ido arrojando a su paso como quien deja
“piedras en los caminos´para que algo tocado por tu mano se incorpore al mundo" 
En un reportaje, el ensayista John Berger cita a Andrea Dworkin,
quien dice: "no tengo paciencia con los invulnerables, con aquellos que no han sido tocados por un temporal,
esos que nunca se han derrumbado. Grandes puntadas, desgarros mal cosidos, nada muyEl hueso de la sombra” nos entrega ese fogonazo que “sale y reluce” propio de quienes sí se han
lindo. Entonces algo sale y reluce. Pero a los lustrosos, a esos no los soporto"
derrumbado a veces, esos que sí han perdido –y recuperado, y vuelto a perder- la fe y la templanza:-escribe Julia-
 “Yo me hice mil veces en el barro/después de las lluvias/
Me oscurecía para que no me vean/
las enfermeras/ que cada tanto entraban en la casa/trayendo vírgenes en las
estampas y/ la mala suerte en las agujas”.
Quien ha sido herido de esta
manera y ha sobrevivido para decir de su herida, no sólo se cura a sí mismo
cuando escribe poemas así: nos cura a todos. Su rabia es tan delicada y tan
precisa que va transformándose, casi imperceptiblemente, en una forma del amor.
Amor fati, decían los estoicos. Amar el acontecimiento.
Ser dignos de lo que nos sucede.No hay resignación ni queja en estos textos, sino un amor
furioso capaz no de cambiar lo que ha pasado sino de tomarlo entre las manos
para transmutar su halo de  dolor en escritura, rabia, belleza, medicina.  

Julia Magistratti, como dije antes, plantea no sólo una estética sino una ética en
sus libros. Y esa ética está fundada en la idea de no separatividad, es decir,
en la certeza de no constituir una unidad aislada sino -más bien- formar
parte de todo lo que existe. Y eso, a su vez, implica, como dice Helene Cixous,
“politizar la poesía”, es decir, entender a la escritura poética como un acto fundamentalmente ligado a la
empatía, a la capacidad de comprensión y compasión hacia el sufrimiento ajeno. Escribe Cixous: "Tenemos que politizar la poesía. Lo necesitamos. Si queremos
existir vivas, llegar a ser contemporáneas de una rosa y de los campos de
concentración, tenemos que pensar lo intenso de un instante de vida, de cuerpo,
y los tormentos de las hambrunas. La vida tiene que pensar la vida y
contra-pensar la muerte. Es lo mínimo que se puede hacer, no necesariamente
escribir, sino acercarse con nuestra piel, con nuestro corazón, cada cual con
sus medios, al sufrimiento ajeno. No dejarlo solo. E intentar ser el testigo de
ese sufrimiento. Escribir poéticamente es acercarse a los otros en lo que
tienen de más vivos, más mortales, más moribundos.”
En la década
del ‘90 tuvo su apogeo una escritura que podríamos llamar antipolítica, (o
neoliberal, que es lo mismo) en la cual precisamente la separatividad era lo
que reinaba, encarnada en mecanismos como la ironía, el desapego, el
distanciamiento emocional, que develaban una concepción de la poesía como
ejercicio solipsista, centrado –y enamorado de- la propia individualidad. Dice
Deleuze que en la ironía hay una pretensión insoportable: la de pertenecer a una raza superior,
la de ser una propiedad de los amos. El gesto lírico, en cambio, podríamos decir que es
minoritario, plebeyo, como alguna vez dijo en una entrevista Diana Bellessi. Es
minoritario porque lejos de ser la encarnación de la fantasía de ser la voz del
amo, habla de aquello de lo que nos da vergüenza hablar en voz alta, de aquello
que desde siempre nos fue enseñado que no debíamos decir en público. Es el
murmullo de las emociones que nos dan pudor, que no encuentran cauce en el
discurso cotidiano, adulto, en el discurso del poder. Es la voz tímida de lo
que se resiste a crecer, a ser aplastado bajo el mandato de la
productividad,  la voz de lo que en cada
uno hay de oprimido y de rechazado, “las nenas sin origen” del poema de Julia
buscando liberarse y encontrar al fin una subjetividad vasta y generosa como una tierra,
que se enorgullezca de que esa -precisamente esa y no otra- sea su voz. Por eso –para mí- eso que suele
llamarse “tono lírico” en la poesía, es a su vez político, representa una
manera de plantarse ante el mundo, ante los semejantes y ante los discursos
hegemónicos que nos atraviesan (antipoéticos a la vez que antipolíticos, me
gustaría agregar).

Politizar la poesía es comprender también que si bien la poesía no va a cambiar el mundo
de una manera radical –no va a hacer la revolución-  sí tiene
la capacidad, más modesta y más sencilla, de transformar el corazón de las
personas, de tocar la sensibilidad de los otros, y eso desata una reverberación
que se expande, y que aún desde su círculo pequeño, es capaz de transmitir
calor y luz a su alrededor, es capaz de volver visible lo que hace falta que lo
sea. Como dice Julia, "la luz es  denuncia” y la poesía sabe iluminar. Esa es su humilde revolución.

Quiero citar nuevamente a Helene Cixous, quien, en un fragmento de su libro
“La risa de la medusa”, que leí paralelamente al libro de Julia Magistratti, dice:
“Hay mujeres que hablan para velar y para salvar, no para atrapar, con
unas voces casi invisibles, atentas y precisas como dedos virtuosos, y rápidas
como picos de pájaros, pero no para sujetar y decir; voces para permanecer muy
cerca de las cosas, como su sombra luminosa, para reflejar y proteger las cosas
que siguen siendo tan delicadas como los recién nacidos. (…) Si escriben, lo
hacen para rodear de los cuidados más delicados el nacimiento de la vida”.
Julia,
estoy convencida, es una de esas mujeres. Y la valentía, la verdadera bravura
ante la vida y la muerte, es esa: la que permite seguir acercándose con
delicadeza a las cosas, aún en medio de cualquier adversidad, sin dejarse ganar
por el desánimo, sino haciendo un arte de la propia resistencia, un arte que no
pueda ser doblegado ni coartado ni domesticado, luminoso y libre como el mundo
que crea a partir de su acción. Un mundo iluminado por el resplandor que deja
salir de sí el hueso de la sombra, cuando nos atrevemos, como se atreve Julia
en este libro, a entrar en su oscuridad y amarla.

 CLAUDIA MASIN

domingo, 18 de septiembre de 2011

Vanesa Guerra, sobre PEQUEÑO TERRITORIO DE LO CIERTO, de Marcelo Carnero

De todas las lecturas posibles que asume Pequeño territorio de lo cierto, voy a compartir la que me invitó a apuntar estas ideas.
Lo que habla en esta obra es uno y es múltiple, pareciera que esa fuerza de lo que es uno al tiempo que múltiple, está decidida a ampliar los límites del mundo que habita para re-habitarlo y re-habitarse en otro modo.
Tal fuerza apela a la herramienta del lenguaje y del acto, escribe, se escribe. Se lanza a una zona sin tiempo, ni espacio, y en ese gesto, los va forjando.
Pero ¿qué le impulsa? Quizá una experiencia de dolor que no encuentra nombre, que orbita embargándole cada vez;
esa experiencia de dolor busca su cifra y su sino; insiste en identificar, asir, atravesar lo que hace presencia (porque la presencia es plena y es permanente y todo lo goza) pero sin atravesarla, sin ubicarla, sin recortarla, es lo anterior a la posibilidad errática de la memoria; es la cosa fija, la presencia de lo inmóvil, un estado anterior a la mueca del grito, una afección que no halla expresión humana, que conforma lo más duro del silencio, el corazón mismo del silencio. Un puro cuerpo sin voluntad alguna.
Para esta obra, el origen no es el verbo, el origen es el silencio, lo anterior a la palabra, que siempre es posibilidad de lenguaje pero también -si acaso no hallara cauce- es su imposibilidad.
Carnero busca y explora esa instancia, construye un prototiempo: el silencio de la cosa,
y luego, el desgarro de comenzar a hablar.
El acto es desgarrarse del cuerpo silente; por eso, tal vez por eso, recuerdo un verso de su libro Sentido de la oración, que resuena, ahora y en este contexto, como la forma de vencer al cuerpo sin voz.
 Ha escrito:
Lenguaje es esta vieja derrota en la garganta

El cuerpo queda marcado en su herida, la herida del habla.
Habrá que vencer al puro cuerpo, para que el cuerpo sepa que es cuerpo, cuerpo humano, que puede dejarse habitar y animar con la voz.
Y la voz, en la palabra marcada para siempre en su origen de silencio,
sabrá palpitar en este texto, su silencio irreductible, real, pavoroso, inextricable.
El cuerpo hospedado en la voz, la voz hospedada en el cuerpo será entonces una de las experiencias de lenguaje en este nuevo trabajo de Marcelo Carnero.
 Luego, será propicio extraviarse, pues esa fuerza, esa voz, esas voces que construyen Pequeño territorio de lo cierto, advierten:

Todos los relatos que se puedan invocar, incluso el mío, llevan una larga herencia de descomposición

así anota el poeta, el escribiente, el narrador, el hacedor de esta aventura.
Pues en esta aventura, Eso, lo que insufla, denota fuerza vital, y se escribirá así mismo bajo la necesidad de construir una memoria, un tejido de relatos que le cobije y le relance en nuevo origen hacia otro lugar,
pero antessoportará el dolor de una espesura sin voz.
La experiencia en su periplo asume lo pétreo, el desierto, el dormitar narcótico, el amanecer empetrolado.
Se lee:
Despertábamos estirando las manos en el petróleo negro donde los  suplicios resbalan sin que podamos nombrarlos
Habrá una identidad para siempre perdida en la inacabada memoria, acaso cosificada en la materia perfecta o imperfecta de su indecibilidad.
Relatarse desde allí, invoca y construye  una lengua de fuego, dirá Carnero, una lengua de exilio, una lengua que no entra en la boca, que deforma los gestos y que obligará a agrandarse la boca con un cuchillo.
Pues nos advierte, nos recuerda, que deforma tanto el silencio, que hurguetea y nos decrece de tal forma la existencia que habrá que hacer lo que haga falta,
quedar a la intemperie de las cruces,tajear las comisuras, agrandar la boca de lado a lado, para que esa lengua inflamada haga mundo, haga el mundo, y en él
una posibilidad y un movimiento.

Vanesa Guerra es escritora y psicoanalista

En narrativa publica:
Mil Gardenias –relato.  Antología Voces para Lilith.  Editorial Estruendomudo, Lima Perú, 2011.
La sombra del animal- cuentos. Editorial Bajo La Luna. (Primer Premio Fondo Nacional de las Artes 2007)
Metáforas del Lunar Conyugal -cuentos. Editorial Nueva Generación, Buenos Aires, Abril 2000.
Ejerce como psicoanalista en la Ciudad de Buenos Aires. Los ensayos que ha publicado en medios digitales y gráficos rescatan los cruces entre la literatura, el arte y el psicoanálisis.
Desde 1993 dirige la Revista Transdisciplinaria Con-versiones.








sábado, 17 de septiembre de 2011

De PEQUEÑO TERRITORIO DE LO CIERTO, de Marcelo Carnero (Curandera Ediciones 2011)

Nadie que se encuentre con vida recuerda qué pasó. Sólo percibimos esa ilusión que se impregna como una falsa imagen, al escuchar los sucesos narrados por otros. Todos los relatos que se puedan invocar, incluso el mío, llevan una larga herencia de descomposiciónde lo que alguna vez fue una historia verdadera.
¿Pero cuánto más que esto es la historia?
El siniestro ejercicio de describir un hecho, hace que cada narrador deje de conjurar al anterior en cada nueva versión, así hasta la deformidad.
Tal vez pase mucho tiempo hasta que alguien, nombre por azar las partes de la historia original. Eso, igualmente, no cambiaría las cosas. Su portador quizá nunca se entere o, en caso de que lo hiciera y tratara que los demás vislumbraran en la niebla ¿quién le creería? ¿Qué peso tiene una historia entre todas sus variantes?
Sin embargo, si un día ocurriera, este asidero dejaría de ser por un momento un cuerpo mutilado, para otra vez convertirse rápidamente en lo que era antes en boca de otro narrador.
Como cuando en medio de la oscuridad, acariciamos con un rayo de luz la superficie de un objeto buscado y sin lograr detenernos a tiempo, volvemos a nuestra ceguera espesa, sin saber nada ya del cuerpo, que ahora en nuestro deseo se vuelve inhallable.
Pero no es mi tarea ni mi idea contar la historia de la historia, sino lograr que en alguna instancia de lo que intuimos como la sustancia que nos fragiliza y nos acaba, alguien sepa, alguien se entere de lo que padecemos.

***********************************

La lágrima al desprenderse, hizo un tajo. Palpaba, entre sueños, la niebla en su cara. En los dedos, la inercia del abismo. Sus labios comenzaron a acelerar el tiempo, a caer cada vez más lejos de los sonidos, más cerca de las palabras. Se despertó con dolor en los ojos y descorriendo un telón, desprendió la última capa de plástico que la moldeaba, y como si ahora supiera hablar y no reproducir palabras, dijo:
—Tengo hambre.
**********************************


La sed: en la sucesión de lo mirado, de lo deseado fríamente acumulándose en la retina. Despertábamos, estirando las manos en el petróleo negro, donde los suplicios resbalan sin que podamos nombrarlos. Porque al principio, esa especie oscura de la luz, ese sobrevivir de los ojos tensos, nos daba vértigo. Pero con el correr de las horas y el roce, todo se hacía más firme, y las imágenes tímidamente superpuestas, se construían en lo irreparable.
Pero la paz… la paz de saber ese ritmo, la paz de saber que era cierto.
Todo el día en los rincones, de las habitaciones en la siesta, espe- rando. Con el susurro como lengua y el dolor de la sed cada vez más profunda, sin poder respirar, sin que dejara de llegarnos ese aliento con el que se nos sofocaba. Y nosotros, mirando el hilo desparejo, como quien no sabe reponerse de las cadenas y entiende que lo más difícil, con el tiempo, va a ser fundir los huesos a la tierra.

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El río, una lava ardorosa, me envolvía por la noche en sus vaivenes. Estaba incrustado en mí, era su cauce.
Yo despertaba, el sueño acosado de amarillo.
Debería ser el río como un huevo de piedra. Un huevo brillante y dorado, perfecto.
Mi madre, la madre del río, era una mujer que yo no conocía.
La observaba, dormida, como se observa a una santa. Brillaba. Me acercaba a su rostro hasta que su respiración de antibiótico, me mareaba.
¿La culpa la tendría Cardozo?
Sí, y mi madre.
Cardozo, el enfermero:
era una mosca rubia sobre el hedor de los pibes.
Los pibes todos pinchados, vendían su dolor por una fruta.
Decrecían.
Yo soñaba.
Los cuerpitos rotos, malolientes, de los pibes, se consumían.
Explotaban y sobre las sábanas dejaban sus salpiques de sangre y mierda enferma. Y un pellejo frío en los colchones.
Yo soñaba.
Hacer una cosa pequeña, valiente para el mundo.
Una noche de amor, de madrugada, la gran noche a color de la eutanasia.
Yo soñaba.
Era un día de reyes.
Cardozo entraba en la sala de luces blancas. Estaba lleno de brazos, era una diosa oscura.
Los pibes, cachorritos, se mordían las sondas porque reírse les dolía. Las madres aplaudían. Era toda una fiesta lo amarillo.
Yo soñaba. Era un día de reyes.
Al pie de las camas, los platitos del pasto y los orines: el futuro mosaico de la ausencia.
Cardozo repartía pequeñas, olorosas pieles. Después, les salaba la palma de la lengua con un dosificador. La sala era un cubito de fría. Abría la puerta y hacía entrar tres esqueletos, tres baltasares, tres risas negras.
Metían uno por uno a los pibes en bolsas.
Las madres aplaudían.
Se llevaban a los pibes, dormiditos. Era un día de reyes. Yo soñaba.
El mercurio y la fiebre reventaban los techos.




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Recuerdo la casa, era una casa vieja, frágil, temblando con el viento en las tormentas. Al recordarla pienso que es una casa muy querida por mí. Detesto las casas donde no pasa nada, las casas con todo en orden, los pisos, las paredes limpias. Las detesto porque creo, siempre, que una casa es su persona, su habitante. Y desconfío de la gente que no tiembla con el viento o las tormentas. Y de aquella casa si hay algo que recuerdo, son las ratas. En las alacenas, los bajomuebles, los rincones. Y aquel verano fue de las ratas. Y el silencio, robusto como una nube, cerniéndose sobre nosotros. Pero las ratas… aparecieron apenas comenzó la primavera. Y se quedaron, contra nuestra sorpresa, contra nuestra desazón de ver, cómo los lugares donde pasaríamos el verano ya no iban a ser nuestros. Aunque eso todavía no lo sabíamos. Como si algo que hasta ahora importaba, hubiera comenzado su traslado, siempre imperceptible hacía el desierto. ¿Pero cómo nombrar ese deterioro? ¿Cómo vivir en el eco, en la inacción, impulsados por una fuerza que ya no somos y nos repite? Quizás el encuentro con esa forma de vida, nos repliegue a la nostalgia de sentir en la propia, la vida subterránea que nos vive. Pero no podemos habitar el terror, hay que salir, profundizar la brevedad de la hermosura. Aunque muchas veces no tengamos forma de descansar, y abramos los ojos, pesadamente, frente a una realidad irrefutable. Parece mentira cómo un hecho, que en su origen creímos menor, como la aparición de las ratas, se haya entramado con otros hasta tomar cada tejido de la realidad y volverse determinante. Porque aquella primavera, también encontramos un cuerpo. Y encontrar un cuerpo, siempre parece un hecho concreto, determinante. No recuerdo quién de nosotros lo encontró. Pero el cuerpo estaba ahí, deshecho.Y precisamente, las primeras ratas que vimos, se lo estaban comiendo. Y después, una mañana, escuché la historia: se filmó una película, en la cual, para llevar a cabo la última escena, soltaron miles de ratas con un dispositivo sonoro que las haría volver, pero el dispositivo falló y las ratas no volvieron. Se quedaron ahí, todavía están ahí.



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Si hay una presencia magnífica en mi vida, es la de la muerte. Y no digo la muerte como mera imagen simbólica. La muerte como un hongo desplegado en la forma débil del espíritu, de la pulsión de la vida. La he visto de maneras distintas, pero siempre relacionada con eso, con la debilidad del espíritu.
Nosotros no éramos nada, y sin embargo había algo en mí que me llamaba a la vida. Una pulsión tan fuerte, que sólo puedo sentir cuando rezo y de ahí viene también, la terrible fe. Digo terrible, porque creo que mi fe, por momentos me transformó en algo deforme, enfermo. Algo que no logro sacar de mí y que está en cada una de las cosas que hago y que es el miedo. Yo pedía, todas las noches de mi infancia, ser el deseo del amor. Que el amor de alguien se centrara en mí. Y había un volcán, una enorme marea haciendo presión para salir y era la rabia. Yo quería escapar de aquel jardín de homicidios que era mi madre. Que no terminaba de aniquilarnos, pero que ya lo había hecho. La misma persona que nos contaba cómo levantaba peso durante sus embarazos, para perderlos. Esa madre cloaca, llena de algo muerto. Pero si hay algo de lo que estoy seguro no prendió en mí, fue el silencio. Ese silencio que debe guardar la cosa que sobra, lo que no debe estar ni siquiera en su lugar. Y también pienso que los gritos y forcejeos de las noches de los martes y los viernes, durante varias semanas, las pesadillas que mi hermana tenía esos días, irremediablemente a las doce de la noche, eran un exorcismo concreto, una revelación contra todo aquel mal y aquel silencio que mi madre y el resto del mundo quería inocularnos. Y digo que parecíamos posesos, tratando de sostenernos en la fragilidad de aquel aire, y que más éramos pétalos quebrados, cayendo de la furia de mi madre, de esa furia pasiva, sistemática, silenciosa. Y en lugar de un corazón, en la zona donde la herida, el territorio quemado, se hacía perdurable, alguien hubiera depositado en mí, como un reloj, como una bomba de tiempo, la esperanza.