Vistas de página en total

sábado, 28 de agosto de 2010


Claudia Masin


La chispa

algo terrible está ocurriendo -mi amor
se está muriendo nuevamente, mi amor que ya murió:
murió y ya lo lloré. Y continúa la música,
la música de la separación: los árboles
se vuelven instrumentos.

Louise Glück

Ya lo lloré, decía, tenía que llorar porque no hay palabra así, no hay.
Cuando yo buscaba esa, la perfecta, capaz de hacer
resucitar los muertos, venía el viento y no dejaba nada en pie.
No hay modo de remediar en el pensamiento ni en el corazón
lo que ocurre en el mundo, te lo dice cada una
de las hierbas del romero, alzando sus ramitas orgullosas
en su época de esplendor, las mismas que van a quebrarse, míseras,
maltratadas por el sol al poco tiempo. Quizás no importa nada
advertir cualquier belleza, quizás importaría
si esa atención puesta por un momento sobre ella
pudiera salvarla. Pero el deterioro es la fuente,
el agua de la que todos bebemos: amantes, animales, raíces,
el caracol dormido al que la marea le arrebata el caparazón
en la tormenta. Si amor es lo que nunca se deteriora,
lo que se entierra y vuelve, deberá ser ahí donde busquemos,
no en los rituales conocidos del grito
y el lamento, sino en ese silencio previo al sonido humilde
con que se prende un tronco de madera tocado por una chispa,
e inicia el fuego que responde al encuentro de dos fuerzas, es decir,
a la atracción indestructible de las partículas del universo
las unas por las otras, nosotros mismos perdidos entre ellas.

*****************************************

El talismán

Los ojos de los que estamos siempre al borde de la caída
o del tropiezo, no pueden despegarse de la tierra. De qué sirve
una belleza material que no pueda tomarse entre las manos
como una piedra y ser llevada siempre encima del cuerpo,
igual que esos objetos insignificantes
que un niño acarrea consigo donde vaya, y que lo hunden
en el terror o el desconcierto si se pierden.
No hay belleza para mí en las cosas
que no pueden volverse talismán contra las fuerzas
del desamparo o de la pena, y ninguna palabra podría hacer eso,
sólo la presencia física de lo que fue elegido por un amor oscuro,
cuyas leyes desconocemos, para preservar nuestra vida intacta
entre todos los peligros y accidentes que la acechan, a pesar
de que es ella, esa presencia amada, el peligro mayor,
porque no puede protegernos de su pérdida.

***************************************

La estela

Que no debía ser tan complejo, me decías ¿Y por qué no? ¿Acaso no es complejo
el sutil mecanismo que pone en conexión al polen y la abeja, o las infinitas
transformaciones químicas que sufre un pequeñísimo
grano de arena hasta llegar a ser parte, ya irreconocible,
del cuerpo del diamante? Es complejo encontrarnos
y perdernos, los que andan por el fondo de la tierra
buscando el tesoro de una cueva inexplorada lo comprenden,
no es al heroísmo ni a la astucia sino al azar o al misterio
que se debe el descubrimiento: ese cruce fatal, inevitable
entre quien busca y lo buscado, ese momento de arrebato y mutua
entrega. ¿Por qué debería ser fácil dar con aquello que esperábamos
ya de niños en el jardín del fondo de la casa,
sin saber que se trataba de una espera esa curiosidad honda
y atenta a cada ruido de la siesta, a una rama
que se agrieta en el calor, al paso de sombra de un lagarto
en la humedad de las paredes? ¿Por qué hemos olvidado,
si lo que sí sabíamos entonces es que es difícil
cierta clase de belleza, dar con ella, estar despiertos
cuando cruza por delante de nosotros, no para atraparla,
sino para quedarnos a vivir en la estela que deja?

*****************************************

La helada

Quien fue dañado lleva consigo ese daño,
como si su tarea fuera propagarlo, hacerlo impactar
sobre aquel que se acerque demasiado. Somos
inocentes ante esto, como es inocente una helada
cuando devasta la cosecha: estaba en ella su frío, su necesidad de caer,
había esperado -formándose lentamente en el cielo,
en el centro de un silencio que no podemos concebir-
su tiempo de brillar, de desplegarse. ¿Cómo soportarías
vivir con semejante peso sin ansiar la descarga,
aunque en ese rapto destroces la tierra,
las casas, las vidas que se sostienen, apacibles,
en el trabajo de mantener el mundo a salvo,
durante largas estaciones en las que el tiempo se divide
entre los meses de siembra y los de zafra? Pido por esa fuerza
que resiste la catástrofe y rehace lo que fue lastimado todas las veces
que sea necesario, y también por el daño que no puede evitarse,
porque lo que nos damos los unos a los otros,
aún el terror o la tristeza,
viene del mismo deseo: curar y ser curados.

*****************************************

La tierra

Poco es el silencio que guarda la casa al lado del que he descubierto
desde que no te hablo. No es que habláramos de cosas importantes:
nuestras voces eran redes que rescataban los sucesos preciosos
y mínimos destinados a perderse sin quedar sujetos
a ninguna superficie, como si fueran líquenes o algas
moviéndose suavemente en el océano, privados de tallo y de raíces.
Las personas que confluyen por un momento se comprenden,
como un haz de luz comprende lo que toca, sin pensamiento,
con una sabiduría creada por la intimidad
y el contacto, igual a la que enlaza al sol y las criaturas de la tierra.
La velocidad de ese momento es pavorosa,
un rayo que cruza nuestra historia entera y se concentra
en un punto específico, para después irse. El resto del tiempo
cada uno entiende lo que ve, lo que siente, completamente a solas,
es decir, equivocándose una y otra vez como los animales salvajes
nacidos y confinados en una habitación pequeña, que creen
que el mundo entero es así, tranquilo y simple,
y se termina donde se terminan los muros que los separan
de su verdadera tierra, de la cual no saben nada.

****************************************

La plenitud

Hay una historia que quiero contarte: a veces,
en medio del bosque abrupto y solitario, crece un árbol
demasiado delicado y tímido para sobrevivir sin que las ramas
se tuerzan, decaigan, pierdan fuerza cada día,
como si no hubiera nacido preparado
para enfrentar la dificultad del suelo áspero y las plagas,
y su propia debilidad lo llevara a empequeñecerse
hasta casi desaparecer, tapado por una vegetación
que pareciera nutrirse de la audacia
que a él le falta. Pero una sola vez en toda su vida
-que no es larga- florece. Sucede en la estación de las lluvias,
y su flor es la más extraña que pueda concebirse,
no necesariamente bella ni cargada de polen.
Me dirás que ceder lo más valioso que se tiene
a una forma de vida que explota y se retrae en unas horas
no es un acto razonable, que es mejor la lenta construcción
de una fuerza que no pueda doblegarse y se sostenga
en lo que acumula año tras año. Sin embargo,
imagino que no debe existir nada más hermoso de ver
que ese momento de plenitud, cuando la materia que parece vencida
ofrece todo su poder de una vez a un mundo
que no lo necesita ni lo espera, para después retirarse, como si el bosque fuera un cuerpo amado
e indiferente al que va liberando suavemente de su abrazo.
Yo quisiera ser así, capaz de soportar la plenitud
sin anhelar la abundancia. Que eso sea todo:
el puro deseo de dejar lo poco o mucho que se tiene
a quien se ama, aunque no le haga falta,
y vivir por un rato rodeada de las cosas que realmente le importan:
las tormentas, los animales feroces, la exuberancia del verano.




Claudia Masin nació en Resistencia, Chaco, Argentina, en 1972. Desde 1990 vive en Buenos Aires. Es poeta, escritora y psicoanalista. Tiene cinco libros de poemas: Bizarría (1997, Nusud, Buenos Aires) Geología (Seleccionado para su edición por el Plan de Promoción a la Edición de Literatura Argentina de la Secretaría de Cultura del Gobierno Argentino; 2001, Nusud, Buenos Aires) la vista (Premio Casa de América de Poesía Americana 2002, Visor, Madrid), Abrigo (Bajo la luna 2004), La soledad (inédito).

Poemas suyos han sido incluidos en diversas antologías, entre ellas Poesía latinoamericana del Siglo XXI: el turno y la transición (Compilador: Julio Ortega, Ed. Siglo XXI, México,1997), Agua de beber (Antología de poetas argentinas, Compiladora: Mónica D’Uva, Nusud, Bs. As., 2001)

Fue creadora y coordinadora, junto a un grupo de artistas de diversas disciplinas, de ciclos multimedia relacionados con la poesía (El pez que habla, El gallo y la luna) y de ciclos de recitales de poesía (La mirada, Poligrafías, La Musik). Coordina un taller de escritura poética desde 1997. Estos poemas forman parte de su libro La plenitud, próximo a publicarse bajo el sello Hilos editora.